Aquí les dejo uno de los trabajos que realicé para la materia EDI, en este teniamos que presentar un trabajo en word con los requisitos que nos indicó el profesor, como citas, notas al pie, etc sobre un tema a elegir.
Descartes
Crítica del conocimiento racional
Con respecto al conocimiento racional, Descartes enuncia también dos argumentos:
1. El primero no tiene quizá gran valor teórico, no es quizá decisivo, pero sirve ya, al menos, para insinuar el segundo:
Puesto que hay hombres que yerran al razonar, aun acerca de los más simples asuntos de geometría, y cometen paralogismos [es decir, razonamientos incorrectos], juzgué que yo estaba tan expuesto al error como otro cualquiera, y rechase como falsas todas las razones que anteriormente había tenido por demostrativas [1]
En la matemática, la más “racional” de las ciencias, al parecer, hay sin embargo la posibilidad de equivocarse; aun respecto de una operación relativamente sencilla, como una suma, cabe la posibilidad de error. Por tanto, cabe también la posibilidad, por más remota que ésta sea, de que todos los argumentos racionales sean falaces, de que todo conocimiento racional sea falso.
2. El argumento anterior, sin embargo, no es todavía suficiente, porque, aun adjudicándose validez, atañe propiamente a los “razonamientos”, vale decir, a los “procesos”, por así decir, relativamente complejos de nuestro pensamiento; se refiere a los procesos discursivos.[2] Pero los razonamientos o procesos discursivos se apoyan en ciertos “principios”, como, por ejemplo, que “todo objeto es idéntico a sí mismo”, o “el todo es mayor que la parte”. Ahora bien, estos “principios” mismos del conocimiento racional, no son conocidos de manera discursiva, sino “intuitivamente”, es decir, sin que nuestro pensamiento “discurra”, sino de modo inmediato, por simple “inspección del espíritu”.[3]
Siendo esto así, ¿podrá dudarse también de estos principios? Es evidente que el argumento anterior no puede aplicarse a este caso. Por lo cual Descartes entonces propone un segundo argumento, el falso argumento del “genio maligno”.
Supondré […] que cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlador que poderoso, ha puesto su industria toda en engañarme.[4]
Puede efectivamente imaginarse que exista un genio o especie de dios, muy poderoso a la vez que muy perverso, que no haya hecho de forma tal que siempre nos equivoquemos; que haya construido de tal manera el espíritu humano que siempre, por más seguros que estemos de dar en la verdad, caigamos sin embargo en el error; o que este por así decir detrás de cada uno de nuestros actos o pensamientos para retorcernos deliberadamente y sumirnos en el error, haciéndonos creer, por ejemplo, que 1+1=2, siendo ello falso.
Descartes no dice, como es natural, que haya efectivamente tal genio maligno. Pero lo que importa notar es que por consiguiente, una posibilidad, por más remota o descabellada que parezca ser. Y puesto que la duda, según nuestro plan, debe llevársela hasta su límite mismo, si lo tiene; si incluso hay que forzarla, si en verdad se quiere llegar a un conocimiento absolutamente indubitable, resulta entonces que la hipótesis del genio maligno debe ser tomada en cuenta, justamente porque representa el punto máximo de la duda, el último extremo a que la duda puede llegar.
[2] Se distinguen dos modos de conocimiento. Uno inmediato, directo, que se llama intuición, y que puede referirse tanto objetos sensibles (por ejemplo, el color de esta hoja de papel se lo conoce al verlo, directamente, intuitivamente), cuanto a objetos “racionales” o “ideales” (v. gr., cuando pienso que 2 es mayor que 1). El conocimiento discursivo, en cambio, es mediato, indirecto, porque consta de dos o más pasos o momentos; por ejemplo: “todos los triángulos son figuras, luego algunas figuras son triángulos”, o bien un silogismo (cf. & 2, c). también el conocimiento discursivo puede referirse a objetos sensibles, como en el silogismo mencionado, o a objetos ideales, como en el ejemplo de los triángulos o en cualquier argumentación matemática.
[3] Medit. II. AT IX, 25; GM p. 107
[4] Medit. I, AT IX, 17; GM p 99
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